Es 1789. Entre julio y agosto de aquel año nace la política moderna con la ascensión del “pueblo”, la soberanía y la nación política. Los jacobinos, la izquierda jacobina, que se reunía en un convento dominico o “jacobino”, alentaron, apoyaron y aprobaron la constitución de una serie de intenciones que luego se llamaría “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”.
Es agosto de 1789.
Aquella declaración con sus 17 artículos, aprobada por la Asamblea en ese agosto de horrores (luego se transformaría en Asamblea Nacional Constituyente) era una tabula rasa y nueva.
Hasta allí llegaba el “antiguo régimen”. El artículo 01 de aquella declaración decía que todos los hombres “nacen iguales”. Empezaba así, el igualitarismo. Adiós a los privilegios de sangre, de origen, a las prebendas regionales, al federalismo y a los “pueblos de origen”.
Por todo lo anterior sorprende que la actual izquierda indefinida (con respecto al trono y el altar como diría Gustavo Bueno) trate nuevamente de retrotraernos al antiguo régimen de privilegios, de sangres y de orígenes.
La izquierda posmoderna entonces, indefinida e identitaria, nos habla que existen pueblos originarios anteriores al Estado-nación moderno, sin embargo se olvida que ese Estado-nación nace políticamente en 1789 “igualando” a todos los ciudadanos dentro de sus territorios.
La izquierda jacobina se propuso así una sola nación, una sola bandera, un solo himno (desde 1893). Como dijimos arriba: destruyeron los privilegios del antiguo régimen, que involucraban las prebendas de origen.
Todas las constituciones peruanas, absolutamente todas, provienen del constitucionalismo francés. ¿No parece entonces todo un contrasentido? ¡Libertad, igualdad y fraternidad!
Que todos los hombres seamos libres e “iguales” no implica entonces, jamás, que algunos sean más que otros, con prebendas por el solo hecho de estar allí antes que la “nación política”. Hasta cierto punto parece ridículo tener que explicar.
Sin embargo, todo lo anterior no niega la existencia de diversas culturas o lenguas que mediante la Constitución conformen una sola nación política e incluso existan políticas pluriculturales. Entendiendo esta última como un solo Estado-nación donde conviven mediante el mestizaje y la movilidad social diversas culturas.
Todo lo demás, es decir: retrotraernos al antiguo régimen, es hasta cierto punto un paralelismo al régimen nazi que creía que una raza de origen tenía no solo mayores ventajas culturales, sociales y económicas, sino biológicas comparadas con otras. Esto, por supuesto, es un extremo.Lo que cuesta demasiado creer es que la izquierda indefinida se haya topado con una defensa inaudita de un antiguo régimen al que busca demoler; una izquierda posmoderna donde la razón y la verdad son relativas en el espacio y el tiempo.
Los jacobinos de ayer se quedarían sorprendidos al ver cómo la izquierda actual valida la política identitaria, no solo de género, sexo u origen; y peor aún, esta considera que incluso puede llegar a ser una clase nacional o un nuevo tercer Estado.