Cumplida la primera semana del autogolpe de Pedro Castillo Terrones, hay dos preguntas que aún no se responden a cabalidad: ¿por qué el expresidente decidió patear el tablero institucional sin tener la seguridad de contar con el decisivo apoyo de las Fuerzas Armadas? ¿Quién o quiénes fueron los que lo convencieron de dar ese salto al vacío, escribiéndole y haciéndole leer el breve discurso que detonó su mandato?
Viendo en contexto, los 497 días que el profesor chotano estuvo en el Palacio de Gobierno, podemos colegir que su breve gestión presidencial tuvo dos grandes y únicas prioridades. 1. Evitar que la oposición en el Congreso obtuviera 87 votos para vacarlo por incapacidad moral permanente. 2. Hacer realidad el convincente lema de su campaña electoral: “No más pobres en un país rico”. Solo que, esa promesa, se hizo realidad solamente para su familia y colaboradores más cercanos, su círculo chotano.
De la fórmula 44 al vale todo
Los operadores políticos de Castillo, con un cálculo aritmético elemental, tenían claro que si en el Congreso conseguían la fidelidad de 44 congresistas, que nunca votarían por la vacancia, el profesor permanecería los cinco años para los que fue elegido. En principio, esta tarea no resultaba tan difícil. Perú Libre había obtenido 37 curules y los otros partidos de izquierda o centro izquierda, como Juntos por el Perú o el Partido Morado, afines al gobierno, tenían los 7 votos necesarios para impedir una prematura vacancia. Pero con Vladimir Cerrón y sus huestes nunca se sabe. Por eso, Castillo tuvo que complacerlo de saque nombrando a Guido Bellido como presidente del Consejo de Ministros, inaugurando otra característica del corto régimen castillista: un famélico nivel técnico de ministros, sumado a una rotación nunca antes vista en los 18 ministerios y la PCM. Pedro Castillo nombró 5 jefes de Gabinete y, en promedio, un nuevo ministro cada 5 días. Imposible hacer gestión pública con esa velocidad de cambio de ministros, y, además, con cuadros menos calificados que los anteriores. Pero había un agravante, salvo excepciones, sumada a su incapacidad, tenían antecedentes por corrupción o subversión.
Producidas las primeras escaramuzas con Cerrón y Perú Libre, Castillo, que finalmente era solo un invitado en el proyecto político radical de izquierda originario de Huancayo, hizo caso a su guardia pretoriana de chotanos para salir en busca de nuevos aliados en el Congreso, comprándoles sus votos a cualquier precio. Así, el asesor Auner Vásquez dio inicio al operativo “Niños”, que pasará a los anales de la política peruana como la más grosera compra de votos en un Congreso a cambio de dinero en efectivo, obras públicas para que se cobren el diezmo, trabajo para parientes o fajines ministeriales efímeros para los sobornados. En suma, si en algo fue eficiente el gobierno más ineficiente de nuestra atribulada historia fue en convertir el Congreso en un mercado persa donde niños, niñas y niñes pugnaban por recibir su cuota de soborno o poder para blindar a un presidente al que cada día se le encontraban más casos de corrupción en los que no solo estaba vinculado a través de colaboradores ineptos, paisanos o familiares, sino él directamente.
Prófugo Juan Silva, ex MTC Sobrino Fray Vásquez, otro fugado protegido. Fernandini, señalado como intermediario. Sada Goray y millonarios sobornos. Bruno Pacheco, el hombre de toda confianza que sabía demasiado. Karelim López fue quien dio a conocer la existencia de “Los Niños”. (Foto: CONGRESO)
Los testimonios explosivos
Cuando Karelim López convenció a Bruno Pacheco de que debía entregarse a la justicia anticorrupción y se acogiera a la delación premiada a fines de julio, la situación de Pedro Castillo se complicó. Su camarada en la larga huelga magisterial del 2017, compañero de ruta en la inverosímil campaña electoral que lo llevó a la presidencia el año pasado y el hombre de su absoluta confianza en los primeros meses en Palacio de Gobierno sabía todos sus tropelías. Y, lo más letal para Castillo, guardaba varias evidencias. Poco antes de Fiestas Patrias, Pacheco empezó a delatar con detalles la organización criminal que, según el Ministerio Público, encabeza el expresidente. El Equipo Especial contra la Corrupción en el Poder, que lidera la fiscal superior Marita Barreto, empezó a hilar cada una de las hebras que soltaba Pacheco. Se pudo avanzar en casos claves como Petroperú, ascensos ilegales en la Policía y FFAA, el puente Tarata III y en la investigación fiscal etiquetada como “Gabinete en la sombra”.
Las pesquisas y diligencias para verificar la versión de Pacheco trajeron buenos resultados. Allanaron el camino para las explosivas revelaciones del exjefe de la DINI, José Luis Fernández Latorre y del chiclayano Salatiel Marrufo. El excomisario de Tacabamba, Fernández Latorre, reveló que le había advertido a tiempo a Castillo de todos los actos de corrupción que sus parientes y colaboradores más cercanos estaban cometiendo. Pero el presidente encubrió y, además, le pidió que facilitase la fuga de Juan Silva y su sobrino Fray Vásquez Castillo. Asunto que se consumó. Silva ahora goza del estatus de asilado político en la cleptocracia presidida por Nicolás Maduro en Venezuela.
Por su parte Marrufo, un abogado con tanta ambición como falta de escrúpulos, no estaba dispuesto a pasarse 25 años en una prisión por encubrir al jefe de la banda, al sujeto que, con el poder que le dio la banda presidencial, les exigía pagos para él y para su familia, a cambio de dejarlos en el control del ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento. El ministerio al que le crearon el Decreto Supremo 102 para otorgarle un presupuesto de 520 millones de soles para que los administrasen según indicaciones del “23”, como llamaban a Castillo en sus mensajes cortos y cifrados de la corrupción obscena. Al dinero sucio le llamaba “café”.
El soplo que derribó al sombrero
Ha quedado claro que la campaña electoral de Perú Libre fue financiada con dinero birlado del presupuesto público por los “Dinámicos del Centro”, la organización criminal liderada por Vladimir Cerrón. Ahora también sabemos que, terminada la primera vuelta electoral, Pedro Castillo, su familia y sus paisanos armaron su propia organización criminal: la “Chota Nostra”.
No resulta exagerada esta etiqueta acuñada por Mario Ghibellini, por lo que ha descubierto el Ministerio Público teniendo como punto de partida la delación de por lo menos 13 colaboradores eficaces e igual número de testigos protegidos. Pero las explosivas, detalladas y probadas revelaciones del abogado Salatiel Marrufo Alcántara terminaron de mostrarnos la metástasis transversal que la corrupción había experimentado en el régimen. En pocas palabras, Marrufo ha confesado con pruebas y detalles que la empresaria Sada Angélica Goray Chong, dueña de la constructora MarkaGroup, entregó al régimen 9 millones de soles a cambio de hacer excelentes negocios con el Ministerio de Vivienda, colocar funcionarios públicos de su confianza, que terminaban resolviendo a favor de su empresa, y hasta hacer nombrar a su exmarido, Luis Mesones Odar, como viceministro de la Producción. Era un juego obsceno de corrupción con el conocimiento, supervisión y aval de Pedro Castillo, quien recibió dinero en efectivo de manos de Marrufo.
El soborno entregado por Sada Goray alcanzó para entregar un “salario” de 10 mil soles mensuales a cada uno de los seis hermanos del presidente, dinero sucio que se entregaba puntualmente a su hermana Gloria Castillo Terrones. Para comprar votos de congresistas de la República a cambio de que no vaquen a Castillo y no censuren a Geiner Alvarado, el hombre puesto por el constructor Abel Cabrera Fernández, otro paisano que se matriculó en la segunda vuelta y exigía la contraprestación convenida. Para compensar con dinero sucio a ministros obcecadamente escuderos del régimen como Félix Chero –quien exigió el pago de 50 mil soles por nombrar a alguien puesto por Goray Chong como jefe de la Sunarp– o Walter Ayala, quien pidió su “alita” por ser intermediario de los sobornos. Y hasta para sobornar a periodistas venales que, al estilo del personaje Sinchi de la novela “Pantaleón y las visitadoras”, pusieron en evidencia a Salatiel Marrufo para luego cobrar 100 mil soles a cambio de rectificarse de manera lamentable y no hablar más de él. Todo eso habría hecho Nicolás Lucar en complicidad con Eduardo Capuñay, hijo del fallecido fundador de Exitosa, la radio oficial del régimen castillista. Lucar es el trajinado periodista que, 35 años después de controvertido recorrido profesional, inauguró un nuevo género periodístico con Pedro Castillo: la “publientrevista”.
Otro periodista caído por la delación de Marrufo es su paisano Mauricio Fernandini Arbulú, embaucado por su prima hermana Julieta Tijero Martino en esta trama de corrupción donde él, consciente o no, habría sido el intermediario de varias de las entregas de dinero de la corruptora empresaria Sada Goray al corrompido régimen del profesor. Según Marrufo, Fernandini, por encargo de Sada Goray, le entregó más de una vez los sobres de la coima en su departamento de Miraflores. La detención preliminar a Marrufo lo sorprendió con la última cuota de la coima para Castillo, dinero que entregó en efectivo a la Fiscalía como parte de su colaboración eficaz.

Salatiel Marrufo, preso en el penal Miguel Castro Castro, gritó desesperado para que cumplan con excarcelarlo y probablemente para que valoren su colaboración con la justicia. Pidió presentarse en la Comisión de Fiscalización del Congreso. La audiencia pública se hizo el miércoles 7 de diciembre en la mañana, horas antes del Pleno que iba a decidir la tercera moción de vacancia contra Pedro Castillo. Salatiel empezó a hablar claro y fuerte, consciente de que todos los medios y congresistas escuchaban su delación en directo. Fue contundente al explicar cómo y cuántas veces se le había entregado dinero en efectivo en las manos del presidente. Daba fechas exactas, decía que ya había entregado las pruebas de la ruta del dinero (cheques, recibos, váuchers) a la Fiscalía. Seguía fulminando a Castillo.
En Palacio, Betssy Chávez y Aníbal Torres, entre otros, también escuchaban atónitos el convincente testimonio de Marrufo. Fue entonces que convencieron a Pedro Castillo de dar el autogolpe que esta camarilla había preparado con antelación. Le dijeron que o él se adelantaba y cerraba el Congreso o terminaría vacado y preso al final del día.
Le aseguraron que varios congresistas del bloque magisterial, de Perú Libre y de los grupúsculos que se escindieron del partido oficialista habían decidido votar a favor de su vacancia. Que no había minutos que perder. No dejaron que Salatiel concluyera su testimonio desde el penal. Le entregaron a Castillo las tres hojas del discurso escrito por Aníbal Torres con la intervención de Betssy Chávez, quien mandó llamar a un equipo de TVPerú que está en los exteriores de la PCM e improvisó un set en el escritorio de Castillo Terrones.
Al todavía presidente le temblaban las manos, estaba desencajado. Pero decidió patear el tablero. Convertirse en el dictador más precoz de nuestra historia tan pródiga en dictadores de todo cuño. Su asonada golpista apenas le duró 88 minutos. Anunciado el autogolpe no tuvo control ni de su propia escolta policial, la que terminó deteniéndolo cuando intentaba llegar a la Embajada de México para asilarse después de conocerse el comunicado de las Fuerzas Armadas y Policía Nacional. Horas antes, el comandante general del Ejército, general Walter Córdova Alemán, se había negado a avalar el golpe en presencia del ministro de Defensa Gustavo Bobbio.
Su irresponsabilidad ha provocado una ola de violencia que hasta hoy le ha costado la vida a 21 jóvenes. El país está sumido en un profundo caos, que su vicepresidenta Dina Boluarte ceñida con la banda presidencial por sucesión constitucional todavía no controla. El daño que su paso por el poder le ha hecho al Perú aún está por determinarse. Los años que estará preso, también.
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*Autor del libro “El otro Vladi. Biografía no autorizada del portero más famoso de la Nación”.