Nunca tuvo las cosas fáciles, aunque algunos crean que sí. Desde chico se sabía que poseía un enorme talento, pero eso no bastaba. Su organismo le jugaba en contra: sus problemas de crecimiento casi lo dejan al margen de una vida de goles y copas. En Newell’s Old Boys brillaba en las inferiores, pero se negaron a pagar su tratamiento. Igual sucedió en River Plate, lo aceptaron para que juegue. Sin embargo, ni hablar de costear sus necesidades médicas. Un punto de inflexión que invocó a la fortuna.
En España el Barcelona lo aceptó como jugador en sus divisiones de menores y se comprometió a asumir los pagos necesarios para su crecimiento físico. El camino estaba listo para que ese muchacho escribiera su propia historia, una historia de triunfos memorables y también de jornadas con mucho dolor.
Tres finales perdidas eran su mayor tormento: el Mundial de Brasil 2014 y las Copas Américas de los años 2015 y 2016. Así, de esta manera, la revancha la soñaba todos los días. Y un día, el maleficio se rompió y la gloria llegó.
El haber ganado la Copa América de Brasil 2021 era una señal importante: no solo Messi se encontraba en condiciones futbolísticas notables, toda la selección argentina exponía solidez y lucidez en su juego. No era poco para pensar en ganar el Mundial de Qatar 2022: la posibilidad factible. Y el sueño se cumplió.
Cuando Lionel Messi levantó la Copa del Mundo en Qatar, se derrumbaron todos los comentarios excesivos u ofensivos contra él por parte de un sector de la prensa de su país: periodistas argentinos que vociferaron durante años que Messi no era más que Maradona o que era un ‘pecho frío’ en los partidos más importantes. Todo eso dolió durante mucho tiempo. Un sufrimiento silente, pero se acabó.
Sin embargo, esas comparaciones con Maradona, que son inevitables en la prensa deportiva, son arbitrarias e injustas: cada uno ha jugado en distintos tiempos y contextos. Además, ambos tienen personalidades muy diferentes, un asunto que también se expresa en el tipo de liderazgo. Maradona fue más emocional y dramático en su comportamiento y en sus declaraciones. Messi dispone de un carácter más reservado y eso se aprecia en el ámbito futbolístico y privado.
Y hoy, Argentina goza de tener a dos ídolos superlativos en la historia de su fútbol. Ambos distintos y eso es una riqueza. Quizás, a la argentinidad, le haga bien contar con una referencia menos desbordada, atrabiliaria y más prudente. Diego Armando Maradona es una figura épica en el fútbol, pero también alguien que fue muy controversial desde lo personal. La idealización del fanatismo futbolero lo cubre y lo justifica con absoluta irracionalidad. Pero ahora, Lionel Messi, quien ya ocupa un lugar en el Olimpo de los héroes del fútbol, será ese ídolo que no necesita armar polémicas innecesarias o escándalos mediáticos. Cierta compostura para disfrutar en la cima del mundo no viene mal.
Una cima que costó mucho: Messi no solo superó a sus rivales de la cancha; también venció a aquellos enemigos de la pluma y el micrófono que no tuvieron piedad con él por una tarde o una noche mal jugada. Ahora piden perdón y se les caen las lágrimas. Dramatismo puro. Pero eso, ya no importa. Él no tiene nada que demostrar, solo queda el disfrute del triunfo obtenido con tanto coraje y brillantez. Un héroe del fútbol: un héroe de nuestro tiempo.