El peruano es un lobo para el peruano. La frase que adjudicó Hobbes para el estado de enemistad natural de la humanidad y el afán de ser nuestros propios verdugos se dibuja toscamente sobre los presentes días de la historia de nuestra política. Nuestra República ha alcanzado niveles cuestionables de moral sin la necesidad de someterse a los acontecimientos extraordinarios a los que estamos acostumbrados desde hace más de dos siglos.
¿Quién es el temible lobo que nos acecha? Basta con mirar al espejo. Pocos nos atrevemos a pronunciar: “El Perú está herido, y yo soy responsable por lastimarlo”. Nosotros, los que todavía vivimos en esta tierra ahora inerte, somos testigos de las heridas de una República que viene siendo golpeada por más de 200 años. Somos un país con diferentes lenguas, culturas y tradiciones. Un país que sobrevivió la colonia. Sin embargo, somos un país que no nos resistió a nosotros mismos, porque también nosotros no nos resistimos a él.
La realidad es que ahora diferentes mercaderes de productos homeopáticos, vendedores gitanos de aguas milagrosas y estafadores piramidales de la política intentan convencernos con su retórica pasional, y desencantada por los precedentes históricos, que tienen la solución instantánea al olor de descomposición de la nación: la Asamblea Constituyente.
Aquella idea solo logra alejarnos de entender que la única solución a la desgracia de la nación no puede ser encontrada en una sola decisión, sino en un cambio de perspectiva profundo y duradero. El renacimiento de este país no puede ser logrado a través de la simplicidad de una nueva carta magna que trate de enmendar los errores de toda la historia.
Un conjunto de leyes nunca empezará por cuenta propia a construir puentes, distribuir ollas mágicas de alimento, ni hacernos terapias psicoanalíticas para erradicar la polarización que hay entre nosotros. No hay dudas de que una reforma constitucional puede establecer nuevos principios básicos para la construcción de una sociedad próspera, pero es solo un paso.
El verdadero reto de un buen gobierno es construir puentes entre todos los sectores de la sociedad, solo entonces podrá entenderse la carta magna como el medio para un verdadero renacimiento de este país. La genuina voluntad política y social debe anteceder a todo aquello, sino sería un despropósito, pues las leyes de por si solas carecen de voluntad para ejecutarse o de coacción para respetarse. Nada va a cambiar más a este país sino la unión de nuestros esfuerzos para educarnos a nosotros mismos.
Lamentablemente, los oportunistas políticos han degradado el sistema y nos han convertido en intolerantes de la verdad. Esta tendencia se ha visto reflejada a lo largo de la historia, con personajes como Pedro Castillo Terrones, que, bajo la promesa de acabar con la pobreza, solo han logrado enriquecerse a sí mismos a costa de manipular a su pueblo. Tenemos la sentencia a un eterno retorno donde las elecciones nos obligan a votar una y otra vez por los cuentistas que nos hacen caer en un profundo sueño que se desvanece cuando la fractura del colapso social nos despierta de nuevo.
La introducción de una Asamblea Constituyente implica tomar conciencia y entender que, “quemar las leyes para hacer nuevas”, solo ha generado, en ocasiones, una gran cantidad de sangre, violencia y desprestigio. Esta conciencia nos permitiría elegir a los gobernantes de una forma sensata, evitando los discursos demagógicos que a veces nos inundan de ilusiones y nos alejan de la realidad.
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*Periodista de Canal B.