En su memorable discurso en el que Gabriel García Márquez aceptó el Premio Nobel de Literatura el año 1982, dijo varias verdades, entre graciosas y vergonzantes. Con la elegancia de su prosa inteligente, nos recordó algunas excentricidades latinoamericanas, todas registradas por la historia: habló de un dictador mexicano que hizo enterrar en magníficos funerales solo su pierna derecha; nos contó acerca de un general que gobernó Ecuador y dispuso que su cadáver fuese velado con su uniforme militar y sus condecoraciones sentado en el sillón presidencial, para concluir diciendo que la independencia de nuestros países no nos puso a salvo de la demencia.
Pues bien, eso fue lo que hizo Pedro Castillo al terminar su efímero e irresponsable gobierno: confírmanos que lo descrito por García Márquez es cierto y que el Perú, como parte de América Latina, tiene algo de comicidad suficiente para avergonzar. Porque pretender subvertir el orden constitucional leyendo nerviosamente unas páginas mal escritas, refiriéndose a conceptos que probablemente no entendía, no es otra cosa que el vano intento de darle seriedad a una genuina payasada.
Por eso es que resulta difícil hacer una reflexión seria acerca de lo que significa el ejercicio de la política en nuestro medio, con personajes de la liviandad de Pedro Castillo, quien jamás entendió de qué se trataba encarnar la representación de gentes que lo que más reclaman es ser respetados por su condición de ciudadanos en un país de tantas desigualdades como el Perú. Despreció ese mandato del pueblo que decía representar y se dedicó a mentir y robar.
Pero los hechos han demostrado que aún en el medio de la tragicomedia, es posible rescatar algo de responsabilidad y deducir por ello que el sistema democrático, precario y maltratado, aún funciona en el Perú. Haber tenido seis presidentes de la República en seis años y tres Parlamentos en dos años, ha sido un verdadero desafío a la racionalidad civilizada, y aun así el sistema sigue vigente. Tan luego se conoció el penoso mensaje a la nación, los sucesivos pronunciamientos de las autoridades oficiales y de los diversos sectores de la sociedad, reafirmando su compromiso con la democracia y rechazando la patética declaración de Pedro Castillo de convertirse en dictador, siguen siendo un alentador signo para enfrentar los tiempos difíciles que se nos vienen. Hay mucha precariedad, pero no menos resiliencia.
Y retomando los variopintos recuerdos de Gabriel García Márquez, hay mucho de vergonzante en algunas ligeras opiniones vertidas desde el exterior acerca de lo ocurrido en el Perú. Declaraciones en el sentido de que Pedro Castillo, antes que un responsable directo, ha sido una víctima política por su extracción popular, y que el descalabro de su gobierno, caracterizado por la generalizada corrupción, ha obedecido a un complot de los poderes facticos, resultan tan hilarantes como las historias demenciales con las que el Nobel colombiano, con tan ingeniosas palabras y certeros calificativos, nos deleita en su celebrado discurso que tituló La soledad de América Latina.
- Abogado y fundador del original Foro Democrático.