Los nombres de Donald Trump y Pedro Castillo parecen incompatibles. Sin embargo, no lo son: la política los acerca, aunque no necesariamente –hay que destacarlo- los confunde.
Donald Trump perdió su reelección el año 2020. Antes de que ocurra, lanzó una sorprendente teoría: dijo que si lo vencían en las elecciones le habrían hecho fraude. En otras palabras, él solo aceptaba el resultado si ganaba. Pedro Castillo no hizo lo mismo, le hicieron lo mismo. Al día siguiente de ser elegido, su oponente, Keiko Fujimori, objetó el resultado electoral aduciendo que le habían hecho fraude. La palabra fraude acercó a ambos personajes por razones exactamente contrarias: Trump denunció que le hicieron fraude; a Castillo lo acusaron de haberlo hecho.
Ahora bien, actualmente Pedro Castillo viene enfrentando una serie de acusaciones, todas verosímilmente sustentadas, por diversos actos de corrupción en el ejercicio del poder. Tales imputaciones han dado lugar, a su vez, a que se le inicien diferentes investigaciones fiscales, las cuales están en su curso regular. Su reacción, sin embargo, no ha sido levantar los cargos, o sea, desvirtuar los hechos de los cuales se le acusa, sino recurrir al fácil argumento de la persecución política. El presidente Castillo se pasea por calles y plazas en todo el país diciendo que existe una orquestada confabulación en su contra: están comprometidas todas las instituciones, llámense Fiscalía de la Nación, Poder Judicial, Congreso y medios de comunicación, con el único propósito de defenestrarlo de su puesto. Y lo hacen, según sostiene, porque él es un hombre del pueblo, un provinciano humilde y profesor de colegio rural. Mientras tanto, los implicados en los casos están fugados o presos y están declarando la verdad: que él, Pedro Castillo, estaba perfectamente enterado de los actos de corrupción.
Donald Trump, aunque ya no está en el poder, viene haciendo exactamente lo mismo: victimizarse y sostener que hay un complot en su contra. Y es que ha recibido un mandato judicial que lo obliga a permitir el acceso de las autoridades a su domicilio privado en busca de pruebas que sustenten las acusaciones de haberse guardado documentos de Estado que comprometerían la seguridad nacional de Estados Unidos. Su reacción ha sido la misma que la de Pedro Castillo: invoca que se le está agraviando su condición de ex mandatario, se le está persiguiendo sin razones y que es objeto de una campaña de demolición política.
Usar el ataque como defensa es un recurso político eficaz, pero de corta vida; sobre todo si los indicios probatorios son elocuentes. Lo que hacen Trump y Castillo no es novedad, es cierto, pero sorprende que coincidan, teniendo en cuenta que uno es de derecha y el otro de izquierda: la coincidencia es porque ambos expresan su entraña antidemocrática: se niegan a aceptar que el sistema de justicia obedece a principios distintos a los de la acción política. La justicia, que se representa con una venda y una balanza, no busca el poder sino solamente controlarlo para sancionar a quien viola la ley.
*Abogado y fundador del original Foro Democrático