Se ha escrito y comentado mucho sobre las recientes elecciones municipales y regionales. Se ha hecho referencia a un nuevo mapa político, claramente distinto entre Lima y el interior del país. A diferencia de lo ocurrido en la capital, en provincias se han impuesto los grupos locales independientes. Pero lo que no se ha tratado en su verdadera magnitud es quiénes han sido los grandes derrotados este pasado domingo 2 de octubre.
Hagamos memoria. En las elecciones presidenciales del año pasado, la disputa fue entre Perú Libre y el fujimorismo. Sabemos cuál fue el apretado resultado final, pero se tiende a olvidar lo más importante: ¿qué pasó en la primera vuelta? Pedro Castillo obtuvo algo más del 12% y Keiko Fujimori fue vencida por el voto en blanco, que quedó segundo. Dicho de otra manera, la elección fue entre quienes, en conjunto, sumados, únicamente representaban algo más del 20% del padrón electoral, descontados quienes votaron en blanco y nulo. Es decir, que alrededor de ochenta de cada cien peruanos no se sentían representados por ninguna de las dos opciones que disputaron la segunda vuelta. Fue un hecho inédito en nuestra reciente historia, que explica mucho el desbarajuste político en el que nos encontramos. Pero como nuestro sistema electoral obliga a optar entre las dos candidaturas, el porcentaje de cada uno, como es natural, se vio notablemente incrementado. Eso originó dos monumentales errores: Pedro Castillo interpretó que su votación era propia y Perú Libre entendió que el Perú había optado por realizar una revolución comunista. Nada más equivocado en ambos casos. Perú Libre ha sido literalmente desaparecido del mapa político en las recientes elecciones: no ha obtenido ninguna municipalidad provincial ni gobierno regional. Cero. Y Pedro Castillo mal puede considerar que tiene el apoyo del pueblo que lo elogió, ajustadamente, el año pasado.
Algo parecido ha ocurrido con el fujimorismo. La primera minoría en el Congreso no ha sido capaz de lograr la elección de ningún alcalde o gobernador regional en todo el país. Ninguno.
Ahora bien, si a esas indiscutibles debacles electorales se le agrega la otra no menos importante, como el magro resultado de Acción Popular a nivel nacional, que habría obtenido una que otra menor municipalidad distrital, entonces, el cuadro político del país aparece más nítido.
Se trata de lo siguiente: el voto de la ciudadanía en una elección sirve para dos cosas: para premiar y para castigar. Lo primero pareciera que se ha ejercido con desgano: no ha habido premio para ninguna organización política de nivel nacional. Ya se dijo: Lima ha optado por un partido de alcance restringido y provincias, abrumadoramente, ha elegido a grupos independientes locales.
Lo relevante, en las recientes elecciones municipales y regionales, ha sido el voto de castigo, ejercido con deliberada decisión: la gente no ha apoyado al gobierno de Pedro Castillo, ni al partido oficialista Perú Libre, ni al principal de oposición representado por el fujimorismo, ni al híbrido y convenido Acción Popular, como una manifestación de repudio a su comportamiento político.
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*Abogado y fundador del orginal Foro Democrático.