El fetiche constituyente propone una nueva carta magna cuyos principales cambios apuntan al modelo económico. Las limitaciones de la actividad empresarial del Estado, la figura de los contratos ley y la inviolabilidad de la propiedad privada son características centrales de la actual Constitución. Vladimir Cerrón y compañía prometen borrar los artículos que las consagran y ahora el discurso de Tik Tok de Verónika Mendoza ya no se diferencia prácticamente del que repite el dueño de Perú Libre.
El país nunca cambió en 200 años, aseguran ambos, a diferencia de la evidencia destacada por especialistas como Richard Webb, quien en un artículo en El Comercio recordó que la distribución no es dualista —Lima centralista y racista, campesinos pobres y aplastados— sino tripartita, con una capital que concentra al 30% de la población, un porcentaje de “pueblerinos” que viven en ciudades pequeñas y pueblos que representan al 50% del total, y apenas un 20% de población de rural que en los últimos años ha visto incrementar sus ingresos relativamente más que las otras dos partes. Un 20% que alcanzó a ser 80% durante el siglo pasado.

En las últimas semanas, el exministro de Economía Waldo Mendoza ha cuestionado duramente las razones de los “constituyente-lovers” para cambiar el modelo económico. Así como en noviembre advirtió en CADE que hasta antes de la pandemia no nos iba tan mal como algunos quieren hacer creer, ahora sostiene que no solo no hay ninguna razón que justifique el cambio del régimen económico, sino que no hay un país en el que haya funcionado el modelo estatista que postula la izquierda peruana.
Una de las principales fuentes citadas por Mendoza es el economista estadounidense del desarrollo, Lant Pritchett, figura de Harvard que hoy dirige un instituto en la Universidad de Oxford. Pritchett concluyó en un comentado paper de 2022 que “el crecimiento económico es suficiente y solo el crecimiento económico es suficiente” para alcanzar altos niveles de bienestar.
Se trata de un cambio en el debate de los últimos años. Pritchett tira por la borda el discurso según el cual el crecimiento económico es beneficioso para alcanzar estos estándares “solo” si es inclusivo. “Nuestro argumento es que todos los índices plausibles y generales de los niveles básicos de bienestar material humano tendrán una relación fuerte, no lineal, empíricamente suficiente y necesaria con el PBI per cápita”.
En resumen, Pritchett encuentra que no hay países con altos índices de PBI per cápita que no tengan altos niveles de bienestar básico.
No es, claro está, una discusión peruana. “Hay en general este retroceso intelectual contra la necesidad del crecimiento económico”, observó Pritchett recientemente. El problema, alerta, es que ese retroceso no se expresa en la idea de creer que “necesitamos una receta diferente” sino que simplemente “no necesitamos crecimiento”.
El debate pasó de la importancia del comercio (basta recordar la viada de los TLC en el quinquenio 2000-2005) a la de la cooperación y la asistencia para el desarrollo. La desigualdad pasó a ser un eje central. “La atención pasó de lo que podemos hacer para promover el desarrollo nacional a lo que podemos hacer para mitigar las consecuencias del desarrollo nacional”, ironiza Pritchett.
Para el Perú del quinquenio toledista la discusión estuvo en torno a lo que se llamó “chorreo”. Crecían los de arriba e inevitablemente les caía algo a los de abajo. Pero la discusión es mucho más compleja.

Mendoza en línea con Pritchett. (Foto: ANDINA)
“Pienso que el foco sobre la pobreza de un dólar al día ha sido moralmente obsceno”, dice Pritchett sobre el enfoque desarrollista sobre la superación de la pobreza. “Actuar como si nuestras aspiraciones para la humanidad sea que cada persona tenga lo que ajustado a inflación sea US$1.90, eso es moralmente obsceno”.
Pero remarca que “siento qué hay mucho escepticismo sobre la necesidad del crecimiento, y se trata de una profunda confusión. Países con alrededor de 25 mil dólares de PBI per capita solo necesitan crecimiento para que sus ciudadanos accedan a lo que cualquiera consideraría los niveles materiales básicos para una vida adecuada”.
Con sus poco más de US$6 mil de PBI per capita, el Perú se encuentra lejos de esa línea de base. Pero, en ese orden de ideas, Pritchett considera que en los países pobres el potencial de la redistribución ha sido “radicalmente sobrestimado”. Los países ricos tienen economías formales y altamente productivas que les permiten recaudar en impuestos alrededor de un 40% de su PBI. En países como el Perú, con niveles de informalidad por encima del 80%, la capacidad de recaudación del Estado es muy inferior y por lo tanto su capacidad redistributiva es también mucho menor. Es una expectativa equivocada.

Kurt Burneo, último titular del MEF de Pedro Castillo, alude en La República a la alta desigualdad en el Perú para explicar en parte las protestas sociales. El colapso del modelo descentralizador y la deficiente gestión estatal, pauperizada durante el gobierno de Castillo, son factores importantes. Pero una redistribución “perfecta” terminaría con esos US$6 mil por habitante, que sigue estando muy por debajo de las necesidades para tener estándares básicos.
Para muestra un botón. La Sunat anunció que en el 2022 la presión tributaria fue de 16.8%, porcentaje récord que no había sido obtenido desde 1980, hace 42 años. El ente recaudador realizó 348 mil acciones de fiscalización e inductivas que permitieron detectar y regularizar incumplimientos por S/.13 mil millones. La SUNAT fue una de las instituciones que no llegó a ser asaltada por el gobierno de Pedro Castillo, lo que es de celebrarse. Pero si una SUNAT que está “como cañón” apenas araña el 17% de presión tributaria, toca volver a un criterio de realidad.
Los límites de las reformas impositivas son claros en esas circunstancias. El exMEF Pedro Francke propuso modificar el siempre discutido régimen minero, pero el FMI, a quien le pidió evaluarlo, respondió que no había casi nada que cambiarle sin hacerlo menos competitivo. En diciembre de 2021, Francke declaró que la suma de las figuras de evasión y elusión, que van desde la informalidad que no paga impuestos hasta las artimañas hasta trasladar utilidades al exterior, pasando por la facturación falsa, representa S/.64 mil millones de soles, que equivalen al 8% del PBI. Del otro lado, la Cámara de Comercio de Lima calculó en 2019 que la presión tributaria sobre el sector formal en el Perú era de 39.8%, la más alta de América Latina.
Pritchett concluye que “el mundo rico es ahora rico no porque haya tenido un crecimiento súper rápido como el que hemos visto en India y China, sino porque tuvieron un crecimiento estable de alrededor de 2% por 100 y más años”. Para ello analizó la trayectoria de 167 países incluido el Perú, cuyo crecimiento, lejos de ser sostenido, ha sido sumamente irregular.

En las siete décadas que van de 1950 a 2019, el Perú creció a un promedio anual de 3.8%. Pero los contrastes a lo largo del tiempo fueron brutales. Tras el 5,2% de crecimiento per capita de 1966, siguieron varios años de bajo crecimiento incluso con tasas negativas que caracterizaron el período del gobierno militar. En 1978 fue de -5,2%, en 1983 de -12.5%. A los dos años de gran crecimiento al inicio del primer gobierno de Alan García, otro experimento estatista, sucedieron auténticos precipicios. Y al pico de 1994 de 10.3%, tras la entrada en vigor de la famosa Constitución, sucedió otra media década de irregularidad que correspondió a una nueva recesión internacional. El boom de los precios de los minerales acompañó un vigoroso y escalonado crecimiento, esta vez durante el segundo gobierno de Alan García.
El crecimiento a partir del 2014, por el contrario, ha sido mediocre. Para el 2022, el Instituto Peruano de Economía (IPE) acaba de proyectar el crecimiento de 2.8% a 2.6% debido, en parte, a los sucesos de diciembre. Para este 2023, en medio de los desafíos internacionales y el deterioro local, las proyecciones apuntan al 2.4%. Una nueva disparada de precios de minerales, en medio de conflictividad y sin nuevas inversiones, nos pasó por las narices. Como alerta Pritchett, dejamos de darle bola al crecimiento.