Muchas veces me pregunto por qué la mayoría de nuestros narradores, entre jóvenes y mayores, convierten lo sencillo en un férreo muestrario de bostezos. Eso es lo que estoy viendo desde hace algunos años: nuestros escritores escriben y publican para que sepamos cuánto han leído, para que nos solidaricemos con los sufrimientos que solo ellos tienen la exclusividad de padecer o para que seamos testigos de sus andanzas por los peligrosos óvalos del malditismo burgués. Huevadas.
El problema no es la falta de talento. Una mirada al vuelo a nuestra producción narrativa nos arroja una obviedad: casi todos estos autores exhiben oficio, pero de qué sirve ser un chancón de la escritura si lo que escribes carece de honestidad, que detectamos hasta en las descripciones de los objetos más superfluos y los gestos más inanes de los personajes. De esta situación “no se dan cuenta” los celadores literarios, pero sí los lectores, que en una mandan a muchos chancateclas a los saldos feriales.
Por eso, cómo no mostrar mi entusiasmo con Jamás en la vida (Planeta, 2019) de Fernando Ampuero.
Libro breve pero risueño, en el que vemos las dotes de este autor en las distancias cortas. Pero no nos emocionemos, la mayoría de los textos no pretenden ubicarse en lo más selecto de la cuentística de Ampuero. Aquí hay otro ánimo: el placer de la escritura. Jamás en la vida también puede ser leído como una biografía en clave de ficción (¿novelita involuntaria?). Pensemos en el título homónimo de la publicación, que ya se posiciona como uno de los más entrañables de Ampuero y uno que con el tiempo adquirirá el rango de joyita. El cuentario muestra una peculiar cualidad, que agradecemos porque resulta extraño toparse con libros como este: es perdurable en su irregularidad. Es un libro con corazón