Con el aval del éxito de la crítica y el favor del público, se estrenó en el Teatro De Lucía la obra El hijo, del escritor y dramaturgo francés Florian Zeller, a cargo del director Rodrigo Falla Brousset.
Siendo el teatro una manifestación plástica (nunca estática), cada presentación es una historia distinta, sin embargo, lo que legitima esa variedad interpretativa no es más que el respeto a la sustancia del texto que inspira la puesta en escena.
Y vaya que El hijo exige varios desafíos, con mayor razón siendo una pieza dramática/trágica en todo el sentido de la palabra, en donde las actuaciones Pedro (el padre): Ismael La Rosa, quien la rompe; Nicolás (el hijo): Brando Gallesi; Sofía (Fiorella Luna), esposa de Pedro; y Ana (Marisa Minetti), madre de Nicolás) deben exhibir una constancia en el tono dialógico para no perder la tensión, característica que en la presentación del domingo 9/10 tuvo evidentes baches en las primeras escenas, para luego adquirir una consistencia digna del recuerdo del espectador más exigente.
A razón de la separación de sus padres, Nicolás es víctima de una profunda depresión que guarda en silencio, hasta que Ana y Pedro se enteran de que lleva tres meses sin ir al colegio. Como primera medida a solucionar, Nicolás se va a vivir con Pedro, en cuya casa se encontrará con Sofía, actual esposa de su padre, con quien tiene un hijo, Sandro, de no más de seis meses.

Hasta aquí, la historia no dista de otras de hijos con padres separados. Pero el guion de Zeller y el enfoque que le brinda Falla, no se regodea en ese conflicto, sino en la crisis comunicacional entre los personajes para comprenderse entre sí (por ejemplo: el diálogo entre Nicolás y Sofía, cuando el primero le pregunta a ella si sabía que su padre estaba casado y con un hijo cuando lo conoció; o el enfrentamiento físico entre Nicolás y Pedro).
No vale spoilear, pero sí precisar que El hijo es una muestra tajante del buen momento del teatro que se viene haciendo en Lima. Al final de la obra, los aplausos del público son muestra de su reconocimiento, pero resulta mucho más significativo su silencio de varios minutos, señal de que la obra cumplió su propósito: dejar pensando/reflexionando al espectador.
Vayan a verla.