Desde hace ya varios años, los títulos del escritor Fernando Ampuero vienen marcando la pauta narrativa peruana de manera silenciosa. No es extraño, en este sentido, de que seamos partícipes de no pocas inquietudes que suscitan los registros que conduce Ampuero mediante un mestizaje narrativo que la crítica y en especial los lectores reconocen como reales (verdaderos) y originales. Prueba de ello es su imprescindible Seis capítulos perdidos y otros extravíos (Tusquets, 2021), libro del que conversa con CARETAS.
—¿Sientes que estás en tu mejor momento narrativo (si es que esa categoría existe)?
No lo sé. Solo creo que en estos últimos años soy un autor afortunado, en el sentido de que ya no escribo a la carrera para enviar el texto en caliente a la editorial. Ahora, por fin, puedo escribir sin apuro, dejo enfriar y corrijo con tranquilidad. De modo que el “momento” que mencionas quizá solo consista en una combinación de calma, madurez y buena suerte.
—En tu narrativa se percibe una libertad discursiva, como si nunca te hubiese importado la opinión ajena y ello te ha llevado a tener muchos lectores. ¿De dónde nace esta aptitud?
Mira, la opinión ajena sí me importa, pero no dejo que ella interfiera en mi concepción de la escritura. ¿Esto me hace más libre? Puede ser. La libertad narrativa parte de un proceso íntimo insobornable: el anhelo de cuajar un párrafo bien escrito que suene natural y verdadero. Ese es el objetivo de cualquier escritor, ¿no? Lo complejo es lo que sigue, esto es, alcanzar un punto de encuentro para dos vías que se cruzan: aquella de la escritura que fluye, y esa otra que es más peliaguda: la de crear la magia para una historia que debe interesar, conmover, divertir, o bien dar algún placer.
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—Has explorado distintos registros narrativos. Y uno se hace presente en casi toda tu obra: el registro del yo. ¿Qué piensas de este registro? ¿Cuáles son sus ventajas y sus bemoles?
El yo es solo un disfraz. Vale decir, el disfraz que usan las voces narrativas, ya sea al hablar por uno mismo o por los otros; por tanto, el yo se oculta por igual en primera o en tercera persona, y, por si fuera poco, nos transfigura y da cabida en varios géneros literarios. Y además, cuando se aborda la no-ficción, tiene el poder de desnudarnos; algo muy peligroso, claro está, pero que no debe desdeñarse; la única literatura que realmente vale es la que nos lleva a los límites. Ahora bien, nadie se desnuda de cualquier forma; lo razonable, por respeto al lector, es escribir con espíritu selectivo; más que hacer un impactante discurso impúdico, se trata de hacer uno que sea estético y revelador.
—¿Por qué hay tanta vitalidad en tus textos? En Seis capítulos perdidos también podemos leer artículos que escapan a la vigencia de la noticia y se imponen ya como literatura.
Ojalá sea cierto lo que dices. Valoro mucho la vitalidad, y si esta llega a traslucirse en mis textos, responde a que elijo temas que me conmueven. Lo ideal es darle rienda suelta en la ficción, la no-ficción e incluso en las notas.

—Un par de homenajes del libro: los dedicados a Antonio Cisneros y José Tola. Se deduce que compartías con ellos una complicidad por la vida.
Con ambos fui cómplice, lo acepto, porque algunas barbaridades habremos hecho juntos, pero sobre todo fuimos amigos. Y esto último, en mi opinión, explica que fuéramos gente que se decía las cosas. Los amigos siempre se dicen la verdad, y tanto Toño como Tola buscaban la verdad. Eso.
—Cuando se te lee, uno se pregunta de dónde proviene tanta facilidad para escribir, que vemos en cuentos como “Mientras paseaba al perro” y la pieza teatral Un fraude epistolar.
Por favor, no la llames facilidad, porque ese es un término que considero engañoso; nada es fácil cuando te sientas a escribir. Reconozco, eso sí, que hay una ventaja que ayuda mucho: conocer bien el tema. Si un escritor conoce su tema, y sabe cómo camina una persona o percibe el olor de cada rincón por donde esta se mueve, tendrá resuelto buena parte de su trabajo.
—¿Sigues algún tipo de rutina para escribir? ¿Cómo es la cocina de la escritura en Fernando Ampuero?
Sí, y es una rutina que demanda paciencia. Ya no corro, te repito. Espero a que me visite un ángel, para que me señale un tema de mi gusto. Eso es lo primero; todo lo demás es trabajo, muchísimo trabajo.