Del artista plástico Eduardo Tokeshi, dos impresiones inmediatas: admirado y querido. Y una más: conceptual, pero entendida en el término de la compleja sencillez. Esta transparencia de su obra le ha permitido conectar con un público que no solo encuentra epifanía en su poética visual, sino también ese factor muy ausente hoy en las artes: paz. En este sentido, Tokeshi entregó este 2022 un hermoso libro que lleva el sugerente título de Sanzu, el cual se posiciona como una extensión de su trabajo, en donde la palabra y la imagen forman un solo sendero mediante el cual se transmite su significado (“el camino hacia el más allá” en la tradición japonesa) y del mismo modo su extrañeza genérica. Eso es Sanzu: el recuento/legado, en respiro poético, con el que Tokeshi honra a sus ancestros relatando su vida.
—¿Qué es Sanzu para ti?
Tengo una mamá de casi 93 años, tiene demencia senil y está aferrada al libro, lo tiene al costado. Sanzu me resulta una especie de tabla de salvación porque recurro a mi pasado, mi memoria. Mis dos padres han perdido la memoria; es hasta un seguro de vida. Sanzu es el río que separa el olvido de la memoria. También es una revancha con el pasado. Lo hago como quiero, termina como quiero.
—Si bien es tu primer libro, exhibes mucho oficio.
No es que haya empezado a escribir a los 62 años, he escrito siempre. Lo autorreferencial en mi obra tiene mucho que ver conmigo, con lo que me pasa. Yo creo en un todo indivisible. A la hora de escribir, pienso que estuviera dibujando, pintando.

—El dibujo y la pintura, como ejecución, están ligados a la poesía.
De alguna manera, este libro tiene característica de uno híbrido donde las ilustraciones tienen cierta correspondencia, la parte de poesía también. El libro está diseñado, en la parte de la prosa, con un iPad; el lado de los poemas al óleo. Me pareció que desde la misma configuración del óleo tendría una correspondencia con la poesía.
—La poesía es desarraigo.
En cierta forma, el libro está desarraigado, dislocado. Hablando de pintura con la artista Luz Letts, llegamos a la conclusión de que toda pintura nace de una fricción, de un quiebre. Todo poema es una especie de desarraigo. No estar colocado en la realidad produce arte.
—Cuentas tu vida, recuerdas a tus padres, tu abuelo, tus hermanos… El asombro de vivir.
Mi hermano Jorge está en Japón, leyó el libro y me dijo todo es mentira, mi hermana también me dijo eso. He recreado mi infancia con esa visión, manteniendo el asombro, como dices, por la vida: lo que pudo ser y no fue.

—En esa tensión, está la fuerza de Sanzu. Consignas tu vida partiendo del detalle. Las referencias a la leche Gloria, el jabón Camay, a saber. Del mismo modo tu interacción con el universo de Barrios Altos, donde creciste.
La mirada que le doy a Sanzu no es coyuntural. Creo que puede ser un libro, libro objeto para ser más exacto, que puede ser leído en cualquier momento. Esas referencias forman parte de mi vida. Yo vivía en Barrios Altos, pero paraba muchas horas en la bodega de la familia. Ahí había un contraste: la tranquilidad contra lo que sucedía en las calles. Esa distancia te da la posibilidad de ver la vida de otra manera. Yo nunca he jugado fulbito, pero sí he estado hasta las 3 de la madrugada hablando con todo tipo de personas. Todos estos factores construyen a una persona. Viví en medio del caos, del Perú real, y el arte me permitió encontrar el camino para concretar lo que quería.
—Hay un tono sincero en Sanzu. Algo así: el grande que no se la cree. Lo señalas cuando recuerdas a tu padre.
Mi padre veía que ganaba premios y solo me daba unas palmaditas en el hombro. La idea del divo no calza conmigo. Yo enseño y la única manera de enseñar es con las pequeñas cosas. Llevo 30 años enseñando a chicos de la PUCP. Pintar no es pintar bien, sino pintar es una actitud ante la vida.
—Este libro y tu obra plástica, más allá de estar rubricados por lo conceptual, descansan en la sensibilidad.
En principio, el proyecto original eran fotos. Pero no soy fotógrafo, además, lo que iba a contar ahí era medio ficcionado. Necesitaba completar los recuerdos. He ahí su factor lúdico, el carácter inclasificable, generados por la imagen y la palabra. Sanzu forma parte de mi obra.