Un prendedor o tupu adornado en el cabezal con una figura mítica moldeada sobre el metal: un “dragón” o “perro lunar”, descubierto el pasado agosto en un entierro preinca en la cumbre de Santa Apolonia, llamó la atención de los arqueólogos. Se trata del entierro de un niño de dos o tres años de edad, sepultado en el interior de un ceramio o urpu. El tupu de color verde fosforescente –clara señal de una aleación metálica con cobre– sorprendió a los arqueólogos por su ubicación, a la altura de la boca. ¿Fue el niño enterrado con la lámina de cobre en la boca, o el prendedor sostenía los telares con los que fue amortajada la criatura y se desplazó con el paso de los siglos? Uno de los tanto enigmas que quedan por develar.

“Por el contexto, claramente el niño fue sacrificado, acaso en un evento de clausura del espacio, antes de abandonarlo entre los años 700 y 900 d. C.”, sostiene la arqueóloga Solsire Cusicanqui Marsano, directora del Proyecto de Investigación Arqueológica de la Colina Santa Apolonia, y postulante al doctorado en la especialidad en la Universidad de Harvard. Pocos días después, el descubrimiento de un segundo entierro, también de un menor de edad, a escasos metros, con dos tupus –y de una nariguera ceremonial en el entorno– asombró aún más a los especialistas.

El “dragón” en el cabezal del prendedor es la llave para el ingreso en el túnel del tiempo. La misma mítica figura aparece en las cerámicas recuay (100 a. C.- 700 d.C.) y mochica (200 d. C.-700 d. C.), y hasta en el ídolo bifronte de Pachacamac, al final del periodo conocido como Horizonte Medio, allá por el 1000 d. C. (ver fotos). “El dragón está asociado a algún tipo de ideología panandina, aparece también en la Dama de Cao moche”, explica Cusicanqui.

La segunda temporada de excavaciones arqueológicas en la colina Santa Apolonia, de junio a septiembre del presente año, cierra con el hallazgo de los niños. La misión empezó a excavar en el 2021, pensando encontrar un yacimiento incaico sepultado alrededor de la famosa “silla del Inca”, punto de atracción turística. Ocurrió todo lo contrario. “Nos dimos con la sorpresa de que se trata de un adoratorio preinca perteneciente a la cultura caxamarca y quizás incluso anterior”, relata la arqueóloga. “Nada inca, ni las ‘sillas’ lo son, parecen ser talladas en la época colonial”. En cambio, la misión arqueológica halló evidencias de fogones, cocinas y talleres de textilería que dan cuenta de una intensa ocupación de la colina Santa Apolonia por más de 2000 años antes de la llegada de los incas. Lo extraordinario es que, además de la fina cerámica caxamarca elaborada con caolín –una arcilla distinguible por su blancura–, se han encontrado fragmentos de ceramios moche, wari y de Huamachuco, y muchos otros de muy remotos parajes del Ande.

“Santa Apolonia era un espacio ceremonial por la calidad de la cerámica”, asegura Cusicanqui, “con talleres de textilería y cocinas en la parte trasera. ¡Comían bien! Llama, pato, cuy, venado; maíz, ají, frijol, mote, algarrobo de la costa y yuca de la selva; conchitas palabritas, caracoles y cangrejos. Curiosamente, no hemos hallado papa”, sostiene.
Así, todo parece indicar que el apu Santa Apolonia era el punto de congregación de peregrinos de numerosas partes del país. “Es mentira que los pueblos andinos no tenían mucho contacto entre sí. Por el contrario, los caxamarca parecen haber sido comerciantes, una suerte de fenicios andinos que se movilizaban por todos lados, trayendo consigo productos, personas e ideas”.
El equipo y el financiamiento

El Proyecto de Investigación Arqueológica de la Colina Santa Apolonia es conducido por un equipo de seis arqueólogos liderados por Solsire Cusicanqui Marsano, quien está completando un doctorado de Arqueología en la Universidad de Harvard, Estados Unidos. Sus colegas, que provienen de diversas universidades del país, son José Bello; Diego Cabrera; Lisseth Gutiérrez; Percy García Effio, Diana Chuquitucto y Denys Silva con la ayuda de Sadie Weber, doctora por la Universidad de Harvard y especialista en arqueobotánica y zooarqueología.
Además, son puntales de la investigación veinte técnicos de arqueología y conservación de la Escuela Taller San Antonio de Cajamarca –creada en 2017 con la ayuda de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Municipalidad Provincial–, que forma a jóvenes técnicos procedentes de sectores vulnerables en arqueología y conservación del patrimonio cultural.
También participan estudiantes de arqueología de universidades extranjeras, geólogos, arquitectos y profesores voluntarios. Mención especial merece los talleres de cerámica con estudiantes a cargo de Elena Sánchez.
El proyecto es financiado por la Municipalidad Provincial de Cajamarca, por iniciativa del alcalde Andrés Villar Narro, la Cooperación Española y la Universidad de Harvard.